¿Por qué buscamos el hogar en los casinos digitales?

Recuerdo mi primera vez junto a la mesa virtual: no como jugador, sino como testigo. Era finales de noviembre. La pantalla brillaba naranja tenue, como faroles de un feria de Brooklyn que mi madre me llevaba a los siete. Los sonidos no eran números al azar—eran tambores que resonaban entre generaciones. Un amigo me dijo: ‘No juegas para ganar. Juegas porque estás solo.’ No vine por suerte. Las mesas lo llamaban ‘Fu Niu Ban’—un nombre que no significaba nada en inglés, pero todo en silencio. Cada apuesta era una ofrenda: \(10 al principio, luego \)50 cuando aprendí a confiar en el ritmo. Nadie gritó ‘jackpot.’ Susurraban ‘triunfos consecutivos’ como oraciones en una iglesia que ya nadie visita. Vi cómo contaba las últimas diez manos—no por datos, sino por sentirse. Dijo: ‘Sigo aquí si me ven.’ No todos se van porque pierden. Algunos se van porque finalmente sienten hogar.