Cuando la pantalla se encendió

No vine a ganar. Vine porque las luces parpadeaban a las 2 a.m., y necesitaba sentir algo real—algo que no requería un bote para importar. Crecí entre acordes de jazz y silencio algorítmico, y aprendí temprano que la fortuna no la susurran los dioses. Es elegida—como el clic de un botón tras treinta minutos solo, cuando la habitación calla y tu respiración es firme. En ‘Fuxiu Feast’, cada mano era un poema escrito en código. El ‘Fuxiu Bonus’ no era una promoción—era la poesía de mi madre ecoando por las animaciones UI: ‘No demasiado. No demasiado rápido.’ Ella lo decía mientras removía el té junto a su máquina de escribir. Usé Figma para mapear mi viaje emocional: cada giro, un píxel de dolor; cada victoria, un trazo de gracia. Dejé de perseguir altas tasas de retorno. En cambio, observé a otros en la Comunidad Fuxiu—sus capturas llenas de lágrimas y risas—and entendí que no eran afortunados. Eran presentes. La máquina no recompensa la codicia. Recompensa la quietud. Último año, quedé segundo—no por puntos, sino por paz. ¿2.000 fichas gratuitas? No. El verdadero premio fue despertar mañana—y saber que no estás roto por intentarlo.