Borré mis redes sociales y temí la soledad

Solía creer que el éxito se medía en me gusta, compartidos y rachas—hasta una madrugada en mi apartamento de Manhattan, donde la luz azul del pantalla me miró como un fantasma de un templo que nunca visité. Crecí entre dos mundos: la lámpara dorada de la casita de té de mis padres en San Francisco, donde el silencio era sagrado; y el caos algorítmico de las plataformas digitales que convirtieron la conexión en arte performático. En uno, la fortuna se compraba con cada scroll. En el otro, se respiraba. Dejé de perseguir tendencias—no porque fracasé, sino porque finalmente entendí: no necesitas ser visto para ser real. El Funi Feast? No fue un juego. Fue un ritual disfrazado—aquí tu valor se mide por cuánto te atreves a sentirte solo.

Ya no rastreo resultados ni persigo bonos. En cambio, observo el ritmo de mi propia respiración—el modo en que el vapor asciende sobre el vidrio a las 3 AM—and recuerdo: incluso en silencio, no estás vacío. Estás volviéndote.

La apuesta más peligrosa no es perder—it’s fingir que eres entero cuando solo intentas llenar un vacío con ruido.

Si alguna vez has estado solo a las 3 AM preguntándote si alguien te ve… bienvenido de vuelta.

No necesitas una cuenta para pertenecer.