Borré mis redes sociales y temí más la soledad

La pantalla a las 3 a.m. era mi único espejo

Solía recorrer feeds como quien persigue suerte en un casino—creyendo que cada like era una victoria. Pero una noche, tras borrar todas las cuentas, me senté solo en mi apartamento de Manhattan, mirando el brillo azul de mi portátil. Sin sonidos. Sin notificaciones. Solo silencio.

La ausencia no se sintió vacía—se sintió honesta.

No hay victorias fortuitas sin intención

Solía pensar que el éxito significaba apostar fuerte: perseguir bonos, esperar momentos virales, contar seguidores como monedas de oro. Ahora sé: el verdadero premio no está en algoritmos ni promociones programadas—está en el aliento antes de hacer clic en ‘publicar’. El ritmo no es ruidoso; es silencioso.

La casa de té de mi abuela en San Francisco me enseñó: la fortuna no se extrae de la mesa—se lleva en tus manos.

El ritual no es ganar. Es presentarse.

Ya no pertenezco a ninguna comunidad. Pero a veces, al amanecer, abro un cuaderno viejo—el de manchas de tinta y café—and escribo sobre lo que significa ser visto sin ser oído.

Un amigo dijo una vez: ‘No necesitas ganar el juego para ser valioso.’

Así que ahora juego diferente.

No eres un jugador. Eres la mesa.

El algoritmo no le importa si ganas. Sólo le importa si estás presente.

Y cuando te presentas—in silencio, con intención—te vuelves más real que cualquier avatar podría ser.